Como todo buen cronista, David Lida permite que sean los propios personajes y situaciones los que hablen, sin emitir juicios o ensalzarlos. Los retrata como son y de esta manera nos comparte una mirada personal que se ha posado tanto en los lugares más recónditos e inhóspitos de la ciudad como en aquellos protagonistas que por ser tan cotidianos y visibles escapan a nuestra atención. Aborda con la misma precisión y desapego a unos mercaderes de parafernalia nazi en el mercado de La Lagunilla, los «lagunazis», a un músico de un trío que no triunfó en Hollywood porque el presidente del sindicato de actores de ese entonces, Charlton Heston, les prohibió quedarse allá, al pintor irlandés Phil Kelly o a una de las máximas socialités de nuestro país. De esta forma, a partir de una colección de lúcidas estampas, logra configurar una imagen nítida y de contornos difusos, que es fiel a lo que se refleja: la Ciudad de México en su inabarcable e inagotable diversidad.
«En las páginas de Las llaves de la ciudad deambulan los despojos de la pordiosería —gente de alcantarilla cuyo paraíso viene en un bote de pegamento— y los magnates temerosos de que el país cambie —los blindados habitantes de las “mansiones del limbo”, como las llama Dominick Dunne— ; pero también comparecen quienes muestran su diferencia con orgullo y fundan su hogar en medio de lo inhóspito. Lida se mueve con soltura en los extremos sociales, es el Boswell de los millonarios y el cómplice de los descastados».
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