«Por qué los dioses nunca me permiten asistir a un concierto sin sobresaltos. Cuando no me tengo que pelear con mis demonios internos o con algún cristiano o con la diarrea o el pasón surge un nuevo enemigo», se pregunta Velázquez, cuyas crónicas parecieran ser el gólem engendrado en una orgía entre Günter Wallraff y Alberto Salcedo Ramos (entre otros). Sean bacterias como la Giardia lamblia, listas de invitados VIP sin su nombre sobre ellas, bancarrotas económicas, físicas o emocionales o el tráfico de la Ciudad de México, en cada concierto, cada festival, tiene que pasar por una ordalía para demostrar su inquebrantable feligresía en el templo del rock and roll.
En este libro hay desde relatos iniciáticos en donde el autor evoca los tiempos en los que el sueldo entero que pergeñaba despachando en una tienda de discos se iba en mercancía que compraba (o sustraía) ahí mismo, hasta escenas gonzo, escatología aaa o tretas para conseguir boletos, drogas o licores que despertarían la envidia del Lobo de Wall Street.
Mantén la música maldita no es un libro sobre música sino sobre la relación infecciosa que su autor tiene con ella. Las múltiples tracciones de las crónicas de Velázquez hacen del territorio de lectura un suelo inestable e impredecible. Por él desfilan como un trueno Nick Cave o el decadentismo post-posmoderno (Velázquez dixit) del Muertho de Tijuana, Iggy Pop o Soda Stereo, Marilyn Manson o Marky Ramone, por mencionar sólo a unos cuantos de los personajes que invariablemente arrastran al autor hacia la inmolación.
«Leer las crónicas musicales de Carlos Velázquez es como ponerte una borrachera memorable y explosiva, donde todo es pasión. Cada párrafo es un trago más para llegar al éxtasis alcohólico. Y lo mejor de todo: sus textos no dan cruda».
Joselo Rangel, Café Tacvba
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