Ladrones de bombillas es un relato, contado a través de los ojos de un niño, lleno de humor y melancolía sobre un bloque de apartamentos en Polonia al final de la era comunista.
En esta novela, la poesía de la vida cotidiana se convierte en un fresco de los años de pobreza narrado sin amargura ni nostalgia desbordante. El resultado es una conmovedora y modesta búsqueda del tiempo perdido y recobrado, poblada por una galería de personajes entrañables y divertidos.
El edificio donde ocurre el relato es un microcosmos, un lugar a la vez íntimo y compartido, a veces a la fuerza. Vivir en él y darle vida es un ejercicio cotidiano de convivencia, que nos obliga a sortear problemas de todo tipo, a forjar amistades y solidaridades y a superar antipatías, a sobrevivir y convivir: podríamos considerarlo una alegoría de Europa, de América, o de cualquier comunidad de seres humanos, que es una y plural al mismo tiempo.
En Ladrones de bombillas están presentes los cuentos infantiles, las fábulas, la mitología, el juego, pero también es la crónica de un tiempo claroscuro en el que, como decía Gramsci, surgen los monstruos. Es un artefacto literario que trata de responder a la pregunta que, en algún punto, nos hacemos todos: en medio del terror cotidiano, de la opresión política, de la uniformización mental, ¿dónde encontrar la belleza? La respuesta está en el relato que nos cuenta un niño, en la idealización de su mirada, en su capacidad de convertir un viejo bloque de apartamentos en un territorio de aventuras, lleno de seres mitológicos y de dioses, donde la amistad, la ternura, la generosidad y el amor, imprimen su huella sobre el polvo, los escombros y la destrucción que dejaron tras su paso los regímenes políticos del siglo xx.