En una pequeña aldea serbia, durante una tarde dominical del año 1980, alrededor de treinta personajes peculiares se reúnen en el cine Uranija para ver una película. El cine se encuentra en lo que otrora fuera el Gran Hotel Jugoslavija, y su techo está cubierto por un papel tapiz que muestra un cielo estrellado. Tras la Segunda Guerra Mundial y la llegada del comunismo, el hotel es nacionalizado y proyecta únicamente películas soviéticas y yugoslavas. Sin embargo, desde la ruptura entre Tito y Stalin, en el cine se pueden ver películas occidentales, y esa tarde en particular estará marcada por un dramático anuncio que supuso el fin de una era: la muerte del mariscal Tito. Con este trasfondo, Goran Petrovic ha creado un maravilloso microcosmos serbio, retratando personajes que muestran de una manera por demás irónica los anhelos y contradicciones experimentados por la sociedad serbia durante el convulso siglo XX. Nos encontramos, por ejemplo, con un oficial del Partido Comunista que está tan acostumbrado a aprobar las decisiones de sus superiores que levanta el brazo derecho por reflejo. Y, por encima de los espectadores se encuentra el operador del cine, el señor Svabic, que compone su propia película a partir de pedazos de otras películas, hasta conformar una cinta de catorce kilómetros que funciona como alegoría de una sociedad que a lo largo del siglo luchó para encontrar su identidad entre el caos que produjeron los acontecimientos históricos. El cielo estrellado del cine se desmorona, nos advierte Goran Petrovic, y con ello anuncia el fin de una era y de un régimen que, para desgracia de la sociedad serbia, daría paso a otra guerra encarnizada, cuya estela de destrucción sigue vigente hasta nuestros días.
El cerco de la iglesia de la Santa Salvación es la novela que catapultó a su autor, Goran Petrovic, a la palestra de las letras serbias. Este verdadero rascacielos narrativo se construye sobre tres ejes: el asedio al monasterio de Zica, sede de la autoridad espiritual serbia; la toma de Constantinopla por los cruzados, en contubernio con el dux veneciano Enrico Dandolo; y la vida de Bogdan, un joven concebido en un sueño del siglo XIII pero nacido en pleno siglo XX. Lo que los une es, sin embargo, la búsqueda y el encuentro de una pluma de ángel con propiedades mágicas, en la que parece haber quedado cifrada la historia del antiguo reino de Raska. Magia es precisamente lo que abunda en esta novela, en las historias que relata: un monasterio que se eleva a los cielos a partir de la oración y desde ahí ofrece resistencia, con similares medios milagrosos, a sus invasores; ventanas cuyas vistas entretejen presente, pasado y futuro; frescos cuyos personajes y escenas cobran vida en cualquier instante; sueños milenarios a través de los cuales se puede transitar en diversas dimensiones temporales y establecer relaciones con personas de otros siglos, en otros espacios; pájaros, y más pájaros, que amablemente ceden sus plumas para escribir todo tipo de historias; abejas que resguardan las palabras; monjes que viven en la quietud de las nubes; ejércitos que atacan con seres y medios sobrenaturales; cruentos y ambiciosos guerreros, capaces de destruir toda belleza bajo el amparo de la ambición y las fuerzas del mal; ladrones y comerciantes de tiempo, de historias, de sueños, de vida…
A partir de situaciones y personajes aparentemente inconcebibles, Petrovic arroja una conmovedora y a la vez aterradora imagen de aquello que se perdió en el camino, a causa de la traición del hombre a sí mismo: la fe, los sueños, la esperanza, los principios, la magia. Pérdida que el autor logra resarcir con su propia escritura, mediante el uso del lenguaje en su máxima expresión. Pareciera que, al igual que las abejas del monasterio, fuese un tesorero de las palabras, y que, como a Bogdan, las aves le hubieran regalado las plumas adecuadas para plasmar sus maravillosas historias, y poder configurar con ellas un código incapaz de ser descifrado por el mal. Como lo hicieran los antiguos serbios ante el asalto búlgaro y cumano, con su literatura, Petrovic nos conduce a las alturas para defendernos del asedio de la cotidianidad y todos sus sinsabores, para recordarnos que existen, todavía, otros mundos son posibles.
Con La Mano de la Buena Fortuna, Goran Petrovic logró lo que pocas veces se consigue: esculpir una de las piezas más perfectas que habitan la llamada Literatura Absoluta. Es un relato de las distintas historias de amor que giran alrededor de un libro muy peculiar, Mi legado, de Anastas Branica. A primera vista éste es un libro donde no hay trama ni personajes, sino tan sólo descripciones. Sin embargo, eso es lo que lo convierte en un espacio autosuficiente, en un mundo que sólo puede ser habitado por sus lectores, los únicos y verdaderos protagonistas. Anastas escribe el libro para vivir en él con su amada, ya que la realidad no deja de ser un pálido boceto de lo que Mi legado en verdad representa. A partir de lo que Petrovic llama «lectura simultánea», es posible coincidir con otras personas en un mismo libro, y no sólo eso, sino también vivir aquello que está más allá de lo simplemente escrito. De qué otra forma podemos describir lo que nos pasa cuando leemos con verdadera convicción, cuando los libros se transforman en vida, palpable, manifiesta, cuando los libros se convierten en parte de nuestra fisiología, cuando el amor se encarna en la lectura que dos desconocidos realizan a la vez, esperando que el tiempo sea abolido por el mero hecho de fijar su mirada en una página. En pocas palabras, lo que el lector de este libro con seguridad experimentará, junto a todos los otros lectores que coincidan en él, será un estado de gozosa estupefacción.
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Sexto Piso | Mar 17, 2021
Goran Petrovic
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