Diez años después de Cinismo ilustrado, llega el nuevo libro de Eduardo Salles. En él, el ilustrador mexicano hace un repaso de su generación a través de setenta y dos ilustraciones en las que pasa revista a lo que considera algunos de los elementos centrales de su generación: la ansiedad, el burn out laboral o los efectos de la permanente exposición a través de las redes sociales, entre otros.
A través de estas ilustraciones desprendibles (que hacen de cada página una ilustración independiente), Salles exhibe el asedio que trae consigo la dinámica de nuestro tiempo. A través de un humor cáustico pero emotivo, Descripción gráfica presenta una radiografía no sólo de una generación sino de toda una dinámica social catapultada por una permanente exigencia de vivir vidas estilizadas, plenas, exitosas y... felices.
El texto a continuación fue escrito por el autor con el propósito de servir como prólogo o contraportada del libro. Al final no hubo ni uno ni lo otro en el producto final pero no quisimos dejar de compartirlo.
La mía es una generación ansiosa.
Motivos no le faltan.
El Cambio Climático ha pasado de ser una advertencia abstracta y distante a una amenaza real que ya da las primeras campanadas de nuestra posible extinción (junto con la de miles de especies).
El cuento de hadas de la era digital, esa utopía prometida que nos haría mejores personas y aun mejores sociedades, ha ido revelando algunos párrafos siniestros: sesgos inyectados con esteroides algorítmicos, mensajes virulentos propagándose a velocidades pandémicas, burbujas que distorsionan la de por sí compleja condición humana.
Ni siquiera la aparente libertad de elegir lo que aparece en nuestras pantallas ha disminuido la frustración. Adictos a la pornografía de la felicidad, hacemos desfilar a diario imágenes que nos recuerdan sin proponérselo nuestra supuesta mediocridad.
Como un látigo que azota la percepción propia, el éxito y la diversión y el poder y la «autorrealización» de personajes distantes que parecen cercanos nos incita a compararnos constantemente. A no quedarnos fuera de la realidad con filtro. A sentirnos culpables porque no podemos avanzar tan rápido como nuestras stories, o porque no sabemos cómo hacerlo, o porque simplemente no tenemos con qué.
Si a esto le añadimos la inestabilidad económica, el malestar social, la ruina política y un triste etcétera, creo que el aumento efervescente de ansiedad en mi generación no sólo es comprensible, sino hasta cierto punto necesario. Ante la amenaza que merodea entre la confusa neblina, el cerebro hace lo que mejor sabe bajo estas circunstancias: prepararnos para lo peor.
Sé que todo lo anterior suena como si estuviéramos jodidos. Y —spoiler— tal vez lo estamos. Pero ni la incertidumbre ni el colapso son características exclusivas de los tiempos actuales. Desde que empezamos a caminar sobre la Tierra cada siglo ha visto pasar nuestras más brillantes luminarias, y también algunas de nuestras horas más oscuras.
La historia humana es la historia de una serie de crisis que hemos ido superando para generar nuevas crisis por superar. Inevitables, cíclicas y cada vez más complejas, no nos queda más que desear que la siguiente crisis que enfrentemos volvamos a ser capaces de solucionarla. De momento sigue dependiendo de nosotros mismos que la próxima no sea la última.
Este es (espero) el mensaje «esperanzador», la moraleja necesaria para un texto angustioso. El futuro no es un monstruo oculto al final de un túnel, es el túnel que vamos construyendo. La capacidad de crearnos problemas aún es proporcional a nuestra capacidad de solucionarlos. Dentro del singular repertorio de maldiciones que poseemos, la ansiedad es quizá un malestar necesario para voltear a ver lo que nos está jodiendo. Y a partir de ahí, actuar.
Eduardo Salles
Antonio Helguera Martínez
Liniers
David De las Heras
Miriam Toews