«Esta novela quema como el hielo», dijo en su día el propio Charles Baudelaire, y no se equivocó en absoluto, pues en el corazón del relato anida un glaciar, y allí, en la gélida llama de los hielos perpetuos, arde todo: cuerpo, alma y sentimientos. Lo que le otorga a Las relaciones peligrosas su peculiar atmósfera es que en sus páginas se concitan la fiebre de la carne y la más metódica crueldad; lo volátil y lo fatal: las aventuras frívolas, los amores desgarrados no son sino los estudiados movimientos de una partida de ajedrez entre dos consumados libertinos, el vizconde de Valmont y la marquesa de Merteuil, cómplices y antiguos amantes, dos poderosos aliados y temibles contrincantes. Valmont y Merteuil saben moverse como nadie entre los juegos de sociedad, que no son sino intrigas de poder, y conocen a la perfección la intrincada tela de araña de intereses y mentiras que rigen los salones y las alcobas. En las cenizas del deseo, ambos reinan incólumes, con una larga lista de conquistas a sus pies, si bien sus métodos son diferentes y habrán de verse fatalmente enfrentados, pues lo que empieza como una alianza se convertirá poco a poco, fruto del orgullo, los celos y los ingobernables designios de la atracción, en un enconado enfrentamiento que dejará tras de sí un oscuro reguero de destrucción. El control cederá su lugar al caos, y el amor, a la muerte.
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