Pocos poemas en la historia de la literatura han tenido la repercusión de Eso en el momento de su publicación, ocurrida en Dinamarca en 1969. Sus versos pronto aparecieron sobre los muros de diversas ciudades como una forma de protesta política. Los gobernantes, por su parte, los citaban en sus discursos. La crítica universitaria y el gran público coincidieron en aclamarlo. Los grupos de música rock se lo apropiaron, y las canciones surgidas de sus páginas se volvieron grandes éxitos. Algunos fragmentos del poema fueron tan célebres que se convirtieron en expresiones de uso coloquial. Eso, como si volviera al origen de la poesía y de toda tradición occidental, es un poema de la creación; es una cosmogonía que, a medida que surge, va creando el mundo; es un himno que celebra todas las cosas que existen sobre la tierra; es un tratado poético sobre el origen del lenguaje y del ser; es una reflexión sobre la sustancia misma de la que está forjada la realidad, y sobre la percepción que tenemos de ella; es una crítica a las instituciones mentales y políticas que rigen la vida humana; es una construcción arquitectónica cuyos versos han sido medidos y modelados siguiendo un esquema matemático muy preciso; es una edificación verbal cuyas palabras son exactas y salvajes a un mismo tiempo; Eso, como muy pocos textos de la tradición europea, es un poema total; es un camino que nos conduce más allá de las palabras, a un lugar –oscuro y luminoso a la vez– que da sustento a todo, a lo inexplicable y a la razón, al delirio y a los sueños, al miedo y a la valentía, a las ilusiones políticas y a la barbarie, a la belleza y a la imaginación, a la existencia y a la nada; a eso, en definitiva.
Inger Christensen
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